A través de las experiencias de las personas que suben a la Basílica de Monserrate se descubren cuáles son las penitencias que se autoimponen los creyentes luego de recibir un favor divino.
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!Oswaldo León aparece con sus pies descalzos y sucios mientras baja del Santuario de Monserrate. Es el cuarto domingo de nueve que debe subir y bajar. En su maleta azul guarda sus zapatos. Su cara apunta al suelo, tiene una mirada triste y apagada. Después de ascender 2.350 metros para llegar al santuario, vuelve a descender a la marca de los 1.000 metros. Le quedan 650 para volver al punto de registro y cumplir con parte de su penitencia.
Es un sendero de 1.605 escalones. Según el Instituto Distrital de Recreación y Deportes (IDRD), el 2 de abril de este año fueron más de 22.000 creyentes para celebrar el inicio de la Semana Santa. Los árboles rodean la subida que conduce a la cima. No es un camino silencioso, los deportistas se aferran a sus parlantes. Suena el vallenato de Diomedes Díaz y el reggaetón Ryan Castro. Los susurros de los creyentes haciendo el rosario no se interrumpen por la música. Se respira el aire frío de la montaña, ubicada en los Cerros Orientales colombianos, un largo ascenso está por delante.
Es un día nublado en Bogotá. Ana Dueñas se dirige hacia los 500 metros de distancia. Lleva en su mano derecha una camándula. Recita el Avemaría, mientras celebra los misterios gloriosos del rosario. Hoy sube para pedir por la salud mental de dos de sus hijos, cuyo nombre prefiere no decir. Han sufrido problemas de depresión e incluso intentaron quitarse la vida. “En mi vida he visto muchos milagros de Dios y de la Santísima Virgen, entonces yo sé que me van a conceder la sanación mental de mis hijos”, dice mientras intenta recuperar su aliento.
Algunos de los creyentes que se presentan ante el señor caído de Monserrate suplican por la salud propia o de un ser querido, otros dan gracias por un milagro recibido. Casi es la mitad del camino. Llega Oswaldo bajando solitario. Es la primera vez que hace una promesa de este tipo. Su esposa sufrió una infección en la sangre y tuvo que ser conectada al soporte vital. Su mundo se vino abajo cuando ella tuvo una muerte súbita de 8 minutos. Fue testigo de cómo a su amada se le apagaba la vida.
“Le prometí al señor caído que, si me la tenía con vida y me la llevaba sana y salva a la casa, yo le hacía la penitencia de subir y bajar descalzo por nueve domingos”, cuenta con la voz entrecortada. Cuando los médicos redactaban el acta de defunción de su mujer, ella reaccionó de nuevo. Luego de 20 días en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), su compañera ya está en una habitación y a él le esperan cinco domingos más en Monserrate para cumplir su promesa.
Los 1.250 metros recorridos señalan la mitad del viaje. En este punto está ubicado “El Pueblito”, donde los peregrinos se recuperan de la fatiga. En el lugar compran agua, bebidas energizantes, comida u objetos religiosos. César Ricaurte ha sido testigo de las promesas de fe que hacen las personas. Durante 40 años ha trabajado en la zona. Un bafle en el rincón de su local reproduce carranga, música tradicional de la región. Con una taza de café caliente en su mano comenta sobre las escenas que presencia desde su tienda.
Aunque ve personas descalzas, que suben y bajan la montaña, destaca una práctica más intensa: ascender de rodillas. “Las personas sufren mucho al subir arrodilladas, sus articulaciones se exigen mucho y es muy escaso que se pongan alguna protección”. Ellos recuerdan la pasión de Cristo, cada vez que golpean el suelo con sus rodillas.
Las gotas de lluvia comienzan a caer, el viento sopla fuerte y el cielo se tiñe de gris. Con la altitud disminuye la cantidad de oxígeno, los jadeos de los peregrinos alimentan los sonidos del recorrido. Al llegar al “Falso Túnel” a 1.480 metros, la vista se llena de color por los murales que hay en su pared. Estas ilustraciones fueron pintadas por jóvenes del Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (Idipron) en 2021. Ahora muestran la fauna y flora representativa de Colombia. Solo en el Cerro de Monserrate habitan 80 especies de aves entre colibríes y aves migratorias.
La cima está cerca. El rostro sonrojado y el sudor de las camisas refleja el cansancio de la gente. La lluvia se intensifica, las sombrillas comienzan a guiar el recorrido. Sin importar las adversidades climáticas, las personas continúan su camino. Al alcanzar los 2.050 metros “El Portal” destapa la gran extensión del santuario. Luego de 13 minutos más de camino, aparece el aviso de Bogotá, al frente se delinean las palabras “Pasión de Cristo confortarnos”. Está acabando la misa del mediodía, los feligreses se arrodillan en la entrada de la iglesia para recibir la bendición del padre.
Acabada la eucaristía, José Mesa y Alonso Cortines se presentaron en el altar del templo. Habían llegado juntos desde Medellín el día anterior. Alonso tuvo un accidente de moto y quedó en coma durante dos meses. Cuando despertó prometió que, en símbolo de gratitud, le ofrecería un sirio al Señor de Monserrate. “Él dice que volvió a nacer, su habla es un poco limitada, pero está más del 90 % recuperado”, expresa su primo José. Alonso muestra la cicatriz de su cabeza que le contornea la línea del cabello, desde la mitad de la frente hacia atrás. Con el sirio en sus manos dice con ligera tartamudez: “Mi angelito, mi Dios me ayudó. Yo subí para entregarle este sirio a él”.
El reloj marca la 1:00 p.m., Ofelia González, una mujer de 66 años, entra de rodillas al santuario. Se acerca lentamente al altar y se ubica en la quinta fila. “El motivo de mi penitencia es la liberación de mis pecados”, cuenta con una voz tenue. Atrás dejó los días en los que subía descalza. Las articulaciones de sus rodillas están desgastadas y le es difícil subir sin zapatos por el frío que representa a esta montaña.
En la entrada de la iglesia, David Jacobo, trabajador del santuario, invita a las personas a participar de la ceremonia que está por empezar. Siete de cada diez personas que suben son feligreses. Él comparte la historia de personas que deciden cargar con un mercado por el sendero para ofrecerlo a los más necesitados. “Dios no necesita esas cosas. Quienes suben descalzos, arrodillados, o simplemente, por el camino, que es un trayecto exigente, tratan unirse al sufrimiento de Jesús”.
Al finalizar sus actos de fe, los creyentes se preparan para bajar la montaña. Saben que con cada paso de vuelta sus rodillas comenzarán a doler. Soportan la incomodidad esperando que su súplica sea escuchada en el cielo. “Dios me ha dado una prueba, pero gracias a él pronto mi mujer va a estar afuera”, dice Oswaldo y continua su descenso.